23/12/07

SUEÑOS DE NIÑOS... A PROPOSITO DE NAVIDAD.

Acomodada al costado de Miguel, hombre caucásico de cuarenta años, de rostro agradable y sombrero vaquero que servía muy bien para disimular la incipiente calvicie y otorgarle además un cierto aire a hombre de mundo. Sus manos curtidas sujetaban el volante, mientras nos dirijíamos a la fiesta patronal del pueblito lejano de nuestros orígenes.

- Recuerdo la primera vez que vine a Piura, me dijo, echándome una ojeada y respirando profundo... Era "chibolo" y me vine "calladito" (sin permiso)... Recuerdo que todo el camino no me cansaba de mirar la pista.

- Y eso por qué, pregunté sin entender.

- Es que era la primera vez que veía un camino sin tierra, todo parejito y pulido. Me parecía tan bonito!...


Me volví a mirarlo con suscitado interés y queriendo escuchar más agregué:

- Así que te escapaste. Y qué viniste a hacer a Piura?...

- Me vine a trabajar. Tenía solo ocho años y un gran sueño en el corazón.

- Ah si?!... y qué era eso si se puede saber!...

- ...Quería comprarme un par de zapatos, porque nunca había tenido unos.
ignorando el desconcierto de mi corazón, continuó...

- ... todo el tiempo solo había usado "yanques" (ojotas de las que usaban los indios)... Así que me moría por tener unos. Los domingos en la plaza me quedaba mirando a los señores que iban con botas y me decía: "así voy a tener unas cuando sea grande"... y en las fiestas patrias cuando la maestra ordenaba a los padres que les compraran a los alumnos para que pudiesen desfilar, yo no perdía las esperanzas, pero mi papá nunca tenía plata para poderme comprar.

- O sea que nunca desfilaste...


- No pues, solo podían los que tenían zapatos... Por eso me escapé, no se lo dije a nadie, me escondí en la tolva del camión que salió en la madrugada... Y fue así como llegué a Piura.

- Santo Dios! ... y que hiciste para sobrevivir?!!!..

- Otro chibolo me enseñó a vender periódicos... y así fui ahorrando moneditas..

- Y te compraste los zapatos?!... le pregunté emocionada

- Claro!... y nuevecitos!, me dijo con una sonrisa iluminada como si todavía ahora tuviese ocho años y los estuviera mirando.


Su relato me dejó con un nudo en la garganta pensando en ese niño que no se contentaba con ser un "serrano" más, recordé a todos esos niños a los que había visto crecer usando solo "yanques" como una cosa "natural" en ellos. En mi ignorancia infantil de aquellos tiempos, nunca se me hubiera ocurrido que hubiese podido haber alguno que deseara otra cosa para sus pies. Una cosa tan natural para mí como había sido contar con un par de zapatos, se había constituido para otro en un sueño al punto de obligarlo a partir. Pensé en lo fácil que hubiera sido para alguien realizarle su sueño de niño, si tan solo hubiese sabido lo que guardaba su corazón. Sin embargo en su mundo tener algo para comer ya constituía una bendición, así que a quién hubiera podido importarle lo que le pusiera a sus pies...

Esto me trae a la memoria que en los pueblitos escondidos de la sierra no se celebra la Navidad ni nadie conoce a Papá Noel. los niños juegan con ollitas hechas del barro que dejan las lluvias, o con carritos hechos de carretes descartados en los que vienen los hilos, o con chapitas de gaseosas chancadas y ensartadas en un hilo grueso al que se le da vueltas hasta hacerlas vibrar...

Esos eran los juguetes mas comunes que yo vi en mi infancia por esos lugares donde mi madre trabajó de maestra por mas de treinta años. Ella misma, nunca hizo mayor ostentacion con nosotras que éramos consideradas de la clase "privilegiada"... al contrario, todavía recuerdo con mucha ilusión como al regresar de un viaje largo de la ciudad, me narraba con lujo de detalles todos los juguetes que me había comprado que según mi imaginación casi llenaban un saco, pero con tan mala suerte para mí, que justo cuando había tenido que cruzar el río, el caballo había tropezado con una piedra perdiéndose la preciada carga para mí, pero haciéndome la ferviente promesa de que la siguiente vez seguro que me los traía yo me contentaba...    - claro, si no llovía y el río no estaba tan crecido -. Mis hermanas todavía ahora se burlan de mi inocencia con este relato...

Pero lo que siempre le agradeceré a mi madre fue la ocasión en la que por primera vez me habló del amor de Dios. Debo haber tenido alrededor de cuatro años, cuando me dijo que El era un ser muy bueno que nos amaba y podía concedernos todo lo que le pidiéramos de corazón, recuerdo que por esos tiempos a mi me encantaban los huevos de gallina... así que a mi se me iluminaron los ojos cuando escuché a mi madre decir esto.

- Es decir que si yo le pido a Diosito que me mande huevos de gallina, tu crees que él me los va a  mandar?...le dije sin percatarme de la sonrisa que le acababa de provocar.

- Claro hijita... solo tienes que escribirle una cartita pidiéndoselos.

- Pero si yo todavía no se escribir pues mamá...

- No importa hijita tu solo le pones palitos y rayitas y el seguro que te va a entender...


Y sin perder tiempo nos pusimos manos a la obra.

Recuerdo lo emocionada que me sentía aquella noche cuando me fui a dormir luego de dejar dentro de mi zapato, según las indicaciones de mi madre, la cartita escrita para Dios. Sería verdad lo que ella decía?... tenía que esperar a que amaneciera para saberlo...
Al día siguiente, apenas despegue los ojos, lo primero que hice fue agacharme a mirar debajo de mi cama...

Y Oh Maravilla!... ahí estaban: Dos hermosos, grandes y rosados huevos de gallina!!!... No lo podía creer!!!... era cierto, Dios había estado ahiiií!!!...
los tomé y salí corriendo con ellos en la mano a contarle a todo el mundo en la cocina lo que me acababa de suceder. Mis hermanas aleccionadas, sonreían con benevolencia, (y tratando de contener la risa supongo...)

Viví algunos meses disfrutando de esa fantasía de los huevos que Dios traía para mí. Lo más bonito que recuerdo de aquella época fue lo real que él llegó a ser para mí, nunca como en aquel entonces dudé de su existencia pues yo le escribía y el me contestaba con hechos tangibles. Nunca supe de un Papá Noel que regalara juguetes, pero si supe de un Dios que me traía cada mañana lo que yo más quería: Mis codiciados huevos de gallina.