Son las siete de la mañana de este flamante domingo y por eso sigo en la cama, los ojos habituados a despertarse con la primera luz que se filtra por la ventana me han despertado como de costumbre. Enciendo la luz del velador e intento escribir algo con mucho sigilo, para evitar que Alda, la anciana que cuido, se despierte y de inmediato irrumpa en mi habitación en su búsqueda inagotable de los recuerdos que el alzheimeir implacable se encarga de borrar de su mente a cada paso que da...
Parece mentira que por fin este laborando luego de casi mes y medio de estar intentando superar las naturales barreras que uno se encuentra al arribar a un país extraño, con una lengua diferente y costumbres tan distintas a las nuestras. Cuando sali de Peru no sabia a ciencia cierta hacia donde me dirigía o para decirlo de otro modo, no tenia claro si tendría un sitio donde dormir, pues aunque tenia familiares radicando acá, es bien sabido que esto no es en nada parecido a lo que acostumbramos hacer los latinos, aquí cada quien se arranya como puede, por este motivo lo mejor que pudo conseguir una sobrina para mi a los tres dias de haber arribado, fue que una compatriota amiga suya me brindara el sofá de la anciana que cuidaba a cambio de que yo se la asistiera mientras ella se escapaba a otro trabajo.
Cuando vi por primera vez a Lina, una anciana de noventicuatro años, de ojos azules saltones y cabello plateado, lo que mas me impresiono fue el grosor exagerado de uno de sus brazos, lo que unido a la enormidad de sus piernas la hacían parecer aun mas grande del metro setenticinco que debía tener. Para lograr incorporarla de su poltrona, yo (con mi metro cincuenticinco) debia poner mi pie delante de el de ella para que no resbalara, tomarla de la mano que tenia buena y con mi hombro y toda mi fuerza impulsarla hacia arriba... Esas fueron las unicas instrucciones que Evita, la amiga de mi sobrina me dio antes de dejarla en mis manos. "Además, agrego, tienes que sonreír cada vez que te habla, para que crea que la estas entendiendo"...
De esta manera y sin mayor preámbulo, ingrese de bruces en el álgido campo de la asistencia de ancianos.
Una de las razones por las que acepte mudarme al trabajo de Evita fue por la posibilidad de aprender en directo todo lo concerniente a la alimentacion y tratamiento de los ancianos así como la promesa por parte de ella de un posible trabajo, sin embargo lo que yo tambien buscaba era averiguar si seria capaz de realizar ese tipo de trabajo. La oportunidad llego un dia en que me encontraba sola y vino a casa la enfermera que debía curar a Lina, aunque ninguna de las dos hablaba el idioma de la otra, utilizamos el lenguaje de señas para comunicarnos. Como ya había visto lo que Evita hacia cuando ella venia me coloque los guantes y dispuse todo para ayudarla, primero entre las dos desvestimos a Lina, quien permanecía sentada y asequible, luego la enfermera fue retirando una a una las gasas que cubrían todo el pecho de la anciana y poco a poco fue quedando al descubierto su dolorosa realidad. Al verla ahí tan serena y sin emitir ningún gemido nadie diría que era cierto que un cáncer de mama la consumía; hacia cuatro años le habían extirpado uno de los senos y ahora la malatía se dirigía hacia el otro lado, en su camino de expansión el cáncer había hecho erupcionar trozos de piel que al abrirse iban formando una especie de rosas de carne de un color purpura encendido que al menor contacto o fricción se deshacían. Por un instante quise quitarme los guantes y huir pero seguí observando. El tratamiento que le daba la enfermera solo consistía en desinfectar las heridas aplicándole una especie de solución yodada, cambiarle las gasas, ponerle una malla y volverla a vestir, todo esto con mi ayuda. Cuando el proceso termino me alegre de ser la sustituía y estar solo de paso, sin embargo con lo que no contaba era que un día mientras ayudaba a Lina a realizarse su aseo personal, ella misma rozara una de sus heridas y se bañara en sangre, entonces como no había nadie mas a quien llamar no me quedo otra que llevarla a su cámara, colocarme los guantes y ejecutar lo que le había visto hacer a la enfermera. Al final la anciana sonreía agradecida y yo acababa de graduarme como experta en la materia; ese día aprendí que en una situación de emergencia el sentido de responsabilidad unido a un poco de compasión pueden mas que cualquier sentimiento de resistencia que uno pueda experimentar. Después de eso ya no le tuve miedo a nada pues el resto concerniente a los ancianos lo sabe cualquiera que haya asistido a sus padres en sus últimos años.
Cuando recién llegue a casa de Lina creí que por su avanzada edad ella no entendería nada de lo que sucedía a su alrededor, pese a su extraña costumbre de permanecer todo el día delante del televisor al que a veces ni siquiera miraba, pero un dia mientras desayunábamos decidida a practicar mi italiano (o evitar que la lengua se me adormeciera) intente comunicarme con ella con las pocas palabras que llevaba aprendidas, entonces descubrí con gran asombro que la dulce nona estaba mas cuerda o lucida que yo. A partir de ahi y en nuestras sucesivas charlas me fue contando como era que su padre había perdido la vida en la segunda guerra mundial cuando ella solo tenia tres años de edad, que cuando cumplió diecinueve, su madre de cincuentitres enfermo y murió porque todavía no habían descubierto la penicilina, que pese a quedarse sola en este mundo nunca se caso y que toda su vida laboro en una entidad que se encargaba de velar por los derechos de los mutilados en guerra o los huerfanos a consecuencia de esta...
Cuando termine de conocer su historia entendí el que se preocupara siempre de asegurarse que hubiese comido tanto como ella o porque a lo largo de la tarde se interrumpía varias veces para preguntarme si no necesitaba algo. La nobleza de su corazón me hacia difícil procesar el hecho de que tuviera que pasar sus últimos años de vida de esa manera pero solo Dios es el que sabe el designio de cada quien. (Continuara...)
Parece mentira que por fin este laborando luego de casi mes y medio de estar intentando superar las naturales barreras que uno se encuentra al arribar a un país extraño, con una lengua diferente y costumbres tan distintas a las nuestras. Cuando sali de Peru no sabia a ciencia cierta hacia donde me dirigía o para decirlo de otro modo, no tenia claro si tendría un sitio donde dormir, pues aunque tenia familiares radicando acá, es bien sabido que esto no es en nada parecido a lo que acostumbramos hacer los latinos, aquí cada quien se arranya como puede, por este motivo lo mejor que pudo conseguir una sobrina para mi a los tres dias de haber arribado, fue que una compatriota amiga suya me brindara el sofá de la anciana que cuidaba a cambio de que yo se la asistiera mientras ella se escapaba a otro trabajo.
Cuando vi por primera vez a Lina, una anciana de noventicuatro años, de ojos azules saltones y cabello plateado, lo que mas me impresiono fue el grosor exagerado de uno de sus brazos, lo que unido a la enormidad de sus piernas la hacían parecer aun mas grande del metro setenticinco que debía tener. Para lograr incorporarla de su poltrona, yo (con mi metro cincuenticinco) debia poner mi pie delante de el de ella para que no resbalara, tomarla de la mano que tenia buena y con mi hombro y toda mi fuerza impulsarla hacia arriba... Esas fueron las unicas instrucciones que Evita, la amiga de mi sobrina me dio antes de dejarla en mis manos. "Además, agrego, tienes que sonreír cada vez que te habla, para que crea que la estas entendiendo"...
De esta manera y sin mayor preámbulo, ingrese de bruces en el álgido campo de la asistencia de ancianos.
Una de las razones por las que acepte mudarme al trabajo de Evita fue por la posibilidad de aprender en directo todo lo concerniente a la alimentacion y tratamiento de los ancianos así como la promesa por parte de ella de un posible trabajo, sin embargo lo que yo tambien buscaba era averiguar si seria capaz de realizar ese tipo de trabajo. La oportunidad llego un dia en que me encontraba sola y vino a casa la enfermera que debía curar a Lina, aunque ninguna de las dos hablaba el idioma de la otra, utilizamos el lenguaje de señas para comunicarnos. Como ya había visto lo que Evita hacia cuando ella venia me coloque los guantes y dispuse todo para ayudarla, primero entre las dos desvestimos a Lina, quien permanecía sentada y asequible, luego la enfermera fue retirando una a una las gasas que cubrían todo el pecho de la anciana y poco a poco fue quedando al descubierto su dolorosa realidad. Al verla ahí tan serena y sin emitir ningún gemido nadie diría que era cierto que un cáncer de mama la consumía; hacia cuatro años le habían extirpado uno de los senos y ahora la malatía se dirigía hacia el otro lado, en su camino de expansión el cáncer había hecho erupcionar trozos de piel que al abrirse iban formando una especie de rosas de carne de un color purpura encendido que al menor contacto o fricción se deshacían. Por un instante quise quitarme los guantes y huir pero seguí observando. El tratamiento que le daba la enfermera solo consistía en desinfectar las heridas aplicándole una especie de solución yodada, cambiarle las gasas, ponerle una malla y volverla a vestir, todo esto con mi ayuda. Cuando el proceso termino me alegre de ser la sustituía y estar solo de paso, sin embargo con lo que no contaba era que un día mientras ayudaba a Lina a realizarse su aseo personal, ella misma rozara una de sus heridas y se bañara en sangre, entonces como no había nadie mas a quien llamar no me quedo otra que llevarla a su cámara, colocarme los guantes y ejecutar lo que le había visto hacer a la enfermera. Al final la anciana sonreía agradecida y yo acababa de graduarme como experta en la materia; ese día aprendí que en una situación de emergencia el sentido de responsabilidad unido a un poco de compasión pueden mas que cualquier sentimiento de resistencia que uno pueda experimentar. Después de eso ya no le tuve miedo a nada pues el resto concerniente a los ancianos lo sabe cualquiera que haya asistido a sus padres en sus últimos años.
Cuando recién llegue a casa de Lina creí que por su avanzada edad ella no entendería nada de lo que sucedía a su alrededor, pese a su extraña costumbre de permanecer todo el día delante del televisor al que a veces ni siquiera miraba, pero un dia mientras desayunábamos decidida a practicar mi italiano (o evitar que la lengua se me adormeciera) intente comunicarme con ella con las pocas palabras que llevaba aprendidas, entonces descubrí con gran asombro que la dulce nona estaba mas cuerda o lucida que yo. A partir de ahi y en nuestras sucesivas charlas me fue contando como era que su padre había perdido la vida en la segunda guerra mundial cuando ella solo tenia tres años de edad, que cuando cumplió diecinueve, su madre de cincuentitres enfermo y murió porque todavía no habían descubierto la penicilina, que pese a quedarse sola en este mundo nunca se caso y que toda su vida laboro en una entidad que se encargaba de velar por los derechos de los mutilados en guerra o los huerfanos a consecuencia de esta...
Cuando termine de conocer su historia entendí el que se preocupara siempre de asegurarse que hubiese comido tanto como ella o porque a lo largo de la tarde se interrumpía varias veces para preguntarme si no necesitaba algo. La nobleza de su corazón me hacia difícil procesar el hecho de que tuviera que pasar sus últimos años de vida de esa manera pero solo Dios es el que sabe el designio de cada quien. (Continuara...)