AROMA DE LIRIOS

Me acuerdo cuando éramos
tu escuadra de muchachos  empeñosos,
con torrentes de juventud, ilusiones
y sueños,
intentando cambiar el mundo
salpicándolo de alegría,
compasión, devoción y esfuerzo.

Me acuerdo de nuestras oraciones
en aquel sótano de la iglesia,
perdido en la semipenumbra
y la indiferencia natural
del mundo externo.
De nuestras voces alzándose
victoriosas, en aquellas madrugadas
de vigilias programadas de corazón.

Rezando el rosario “a paso ligero”
yendo de un extremo a otro de la habitación,
para no dormirnos.
Me acuerdo de las risas apretadas
y las miradas picaras que cruzábamos algunos,
desacostumbrados a vernos en singular situación,
sabiendo como éramos de traviesos y humanos,
como lo es cualquiera a sus veinte años.

Pero ya tarde en el silencio
las horas mágicas que pasábamos,
simplemente contemplándote,
respirando tu fragancia
en el aroma de los lirios
que adornaban tu Sagrario.
Era tan sublime, tan etéreo, tan perfecto
todo aquello,
que divino hubiera sido, en verdad,
haber podido quedarse allí...

Pero la vida sigue y uno a uno nos fuimos
a demostrar que podíamos,
a pesar de que un día te dijimos:

“si de ti nos fuéramos,
hacia donde iríamos?”...

Hoy me los encuentro a veces,
muy de vez en cuando por ahí,
algunos triunfaron en sus vidas
en aquello que se conoce como éxito.
A otros se les nota preocupados
y algo cansados,
llevando a sus hijos a cuestas.
Otros no parecen siquiera recordar
que en sus vidas existieron esos tiempos.

Sin embargo yo sé que los recuerdan
como me acuerdo yo de tí
cada vez que los veo
y sé que hacia donde quiera
que sus pasos hayan ido
tú siempre has permanecido
exhalando aún en sus vidas,
ese aroma de lirios.

Por todos aquellos que alguna vez fuimos
tus intrépidos amigos, Señor yo te pido,
para que pase lo que pase, y hacia donde sea
que nos lleven los caminos,
siempre nos trates con esmerado cariño
y nunca se te olvide que en cada uno late aún,
un corazón de niño...